(...) Su mirada sobre mi boca, mis gestos, sus recuerdos y sus locuras, se escondía tras la simple acción de acomodarse la blusa cada diez minutos, para no revelar la figura de sus senos, a los que yo le perdía la vista cada vez que miraba sus ojos o su sonrisa, pero les era fiel con todo el pensamiento. (...) Éramos dos coartadas coincidiendo en el crimen perfecto.
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